El fenómeno G U C C I
"¿Michele quién?" Hace poco más de un año y medio (el anuncio oficial fue el 21 de enero de 2015) esta fue la reacción en el mundo fashion cuando Alessandro Michele fue nombrado director creativo de Gucci. Hoy “Michele“ es el nombre: Todos, fashionistas y no, reconocen las carteras con las abejas doradas, los tigres y las libélulas bordadas, las lentes gigantes, los imprime tapicería que podrían ser de los años setenta o del siglo XVIII, el misterio de “ella que se parece a él y el que se parece a ella”, los colores llamativos y fabulosos, o sea el alfabeto actual de Gucci. Italianísimo (nació en Roma), melenudo y barbudo, con los dedos llenos de anillos plateados, en jeans y buzo, Michele no da clases y admite no ser ni diseñador ni sastre. Es un decorador antes que nada, que trabaja poco los modelos y mucho los detalles de piel, los sacos punk con flecos y los vestidos botón; las sandalias con medias de toalla; los vestidos victorianos con las mangas a gigot y collares rock. Es uno que imagina y su imaginación es caótica, potente y ganadora. Es cuando frente a sus creaciones, nos preguntamos “¿Me gusta o no el mocasín sin talón y además forrado de piel?” o “¿Me lo pondría o no? Ese vestido con el moño trompe-l'œil y la falda larga” que nos convertimos en unas Gucci fans. Las ganas de jugar con los vestidos y los accesorios, de guardar todo (no hay que tirar el pasado porque aún puede dar mucho), de soñar, son los antídotos contra el peor enemigo de la moda (y de la vida en general): el aburrimiento. Nada mejor para seguir jugando que entrar en una boutique donde todos nos es familiar (la doble G, la Jackie, la cinta roja y verde) pero al mismo tiempo nos resulta nuevo (las Dionysius Bag bordadas, el new old punk, los mocasines con el taco de perlas). Pero este es un juego muy serio, basta mirar las cifras del Brand y los objetivos futuros. Sin duda estamos enfrente al “efecto Michele”: con sus creaciones ha logrado captar y sintetizar en la moda temas serios y livianos que expresan el espíritu actual como el genderless, la nostalgia hacia el pasado, las ganas de color, el gusto de mezclarse con el street style.
Las colecciones de Michele parecen haber salido de una película de Wes Anderson (“Los excéntricos Tenenbaum”, “El gran Hotel Budapest”), sea por la elección de los colores así como por el allure vintage que siempre las caracteriza. Una estética de este tipo es el producto de un gran trabajo de búsqueda: él mismo se ha definido como un “acumulador” que adora "coleccionar pequeñas cosas, apliques, géneros preciosos que parecen llegar de otra época”. Sus prendas y accesorios son la demostración que tiene una mirada selectiva y constante hacia el pasado, que pasa por el filtro de la contemporaneidad.
Michele hubiera funcionado perfectamente en las películas de comienzo de los años noventa, donde el nerd se convertía en el héroe del Happy End. Aparentemente destinado a fallar, con un golpe de escena y en solo seis meses, logró levantar hasta los laureles del “yo lo quiero” a un sello que estaba camino al olvido. Sus colecciones están hechas para que nos enamoremos de cada detalle, donde la exquisitez y la extravagancia encuentran su lugar convirtiéndose en la más alta expresión del lujo. Hoy su moda desentonada y su estilo que parece tropezar con todo, son ley y tendencia.